La vida no es literatura, por Milos Latinovic

El drama de dos personajes Todos los caminos de Juan Pablo Heras González, se determina como «tragedia epistolar» y tiene un marco trágico, que ELLA y ÉL, los personajes de esta historia, eligieron como punto final, en unos días que según muchos elementos ya no les pertenecen.

Precisamente esta historia, o tales intentos de resolver historias personales a través del establecimiento de verdades, juegos de realidad, puntos de origen, mimetismo impuesto, explicitación, predicciones y expectativas, son la base sobre la que serpentea el hilo de este complejo drama.

Es cierto: «Todos los caminos conducen a Roma», pero todos los caminos conducen al inevitable final de la vida, aunque a veces no es fácil llegar a ese borde, como, al fin y al cabo, ni siquiera a Roma. La obra de este autor, que incluye a Julio César y, por supuesto, al inevitable Bruto, como símbolo de dos caras de traición y salvación, se abre, en una construcción multicapa, a través de las posibilidades de origen, partiendo de algo básico, claramente visible: la compleja relación de padre e hija, a través de varios niveles de reexamen de la corrección social de los actores, hasta una consideración interesante y significativa de la justificación para la eliminación de los tiranos, en un contexto más amplio: el que hace nuestras vidas miserables.

En este conjunto de condiciones y posibilidades, está también la potencia escénica de la obra Todos los caminos y la solución diabólica-simbólicamente impuesta de la enigmáticamente exigente impresión de Juan Pablo Heras González. Es decir, no se puede ir por un solo camino, sino al contrario, hay que atravesar los campos de los monólogos y los diálogos serpenteantes de dos actores, que sostienen firmemente su versión de la historia. Roma es solo un punto de finalidad.

El drama Todos los caminos está escrita de manera interesante, con mucha variación en la expresión lingüística: de simple, casi jerga en el diálogo, al discurso poético y estetizado en epístolas y monólogos más breves, que esconden la naturaleza de los dos participantes en la obra.

Tal enfoque requiere cierto compromiso por parte de los actores, pero también ofrece un serio desafío artístico, debido a una serie de cambios, rarezas y valencias que deben transmitir los estados de los personajes del drama.

Frente a nosotros, entonces, está una lectura interesante, significativa en el sentido estético y receptiva a la realización práctica: dos personajes, espacio abierto, libertad escenográfica y de diseño de vestuario. Yo diría que es una pieza de este o para este tiempo.

Por cierto, la obra de Heras que publicamos en la sección «Dramaturgos del mundo contemporáneo» es la primera traducción publicada por Anja Romić.

Sinceramente creo que este drama, tan cercano a nuestra naturaleza y estilo de vida, encontrará su lugar en los escenarios de los teatros locales.

El autor de la obra cita a Thornton Wilder: » Todo hombre necesita tener un público; nuestros antepasados sentían que los dioses estaban vigilándolos; nuestros padres vivían para ser admirados por los hombres».

Y eso, aunque se ha dicho desde hace mucho tiempo, es cierto, porque vivimos en una época en la que la popularidad se ha convertido en la moneda más importante. Por eso creo que, leyendo la pieza de Juan Pablo Heras González, podremos averiguar quién es el público de las generaciones actuales.

[Publicado por primera vez en la revista «Scena» (1, 2021), pág. 34. Traducción del serbio de Anja Romic.]

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